Acompañar también duele
Todos hablan de lo duro que es vivir un duelo por la pérdida de un ser querido, pero casi nadie habla de lo difícil que es acompañar a alguien que está atravesando ese dolor.
En el último año, mi prima y una amiga perdieron a su padre, y otras dos amigas perdieron a su abuela. Han sido procesos profundamente dolorosos, que me han partido el corazón. Tengo grabadas varias escenas en funerales y entierros, sosteniendo su dolor, abrazándolas en silencio mientras el mundo parecía detenerse.
Han sido meses de acompañar lutos, de presenciar sus procesos, de llorar por ver a un ser amado llorar por otro ser amado. Es desgarrador ese dolor, esa impotencia de no poder hacer nada para quitárselo. Es vivir sus distancias, sus cambios de humor, las consecuencias de su luto… y ver cómo ellas mismas se transforman en medio de esas experiencias.
Acompañar también duele.
Acompañar un duelo es un duelo en sí mismo. Es vivir la pérdida en carne ajena, pero sintiendo cómo duele también en la propia piel. No se trata de cargar con el dolor del otro ni de intentar salvarlo, porque el duelo no se “arregla”: se transita.
Acompañar es un acto de amor consciente. Es estar presente incluso cuando no hay palabras, es sostener aunque no se pueda aliviar, es aceptar que el dolor tiene su propio tiempo y que la mayor forma de apoyo es no huir cuando todo se vuelve incómodo.
Porque acompañar no es quitar el dolor, es recordarle al otro que no lo vive solo.
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